Uno de los elementos más característicos de la Navidad sin duda es el árbol. Decorado por cintas, bolas de colores, luces y otras ornamentaciones, el árbol contribuye a dar una imagen navideña allá donde se coloca.
Es tradición en muchos lugares el adornar el árbol de Navidad el 13 de diciembre, día de Santa Lucía, una fecha en la que se suelen instalar las ferias y mercadillos en los que se puede comprar todo el material necesario para adornar los hogares.
Si bien existen varias teorías en torno al origen del árbol de Navidad, una de las más extendidas defiende que proviene de los celtas de Europa central, quienes empleaban árboles para representar a varios dioses. Además, coincidiendo con la fecha de la Navidad cristiana celebraban el nacimiento de Frey, dios del Sol y la fertilidad, adornando un árbol. Tenía el nombre de Idrasil [Árbol del Universo], en su copa se hallaba el cielo y en las raíces profundas se encontraba el infierno.
Pero para encontrar el origen de lo que hoy en día es nuestro árbol de Navidad, según cuenta la leyenda más extendida sobre el tema, debemos buscar entre los años 680 y 754. En aquella época San Bonifacio, uno de los principales evangelizadores de Alemania, entendió que era imposible arrancar de raíz la tradición celta, por lo que decidió adaptarla dándole un sentido cristiano. Fue así como cortó con un hacha un roble que representaba a Odín, y en su lugar plantó un pino, que por ser perenne simbolizaba el amor de Dios, adornándolo con manzanas y velas. Las manzanas representaban el pecado original y las velas, la luz de Jesucristo.
Posteriormente, con la evangelización de esos pueblos, los cristianos tomaron la idea del árbol para celebrar el nacimiento de Cristo. Se cree que el primer árbol de Navidad, tal y como lo conocemos en la actualidad, apareció en Alemania en 1605.
La costumbre de adornar árboles para dar la bienvenida a la época navideña arraigó en Alemania y en los países escandinavos en el siglo XVII y fue llevada por los soberanos de la casa Hannover hasta Gran Bretaña en el siglo XVIII.
Jorge III, coronado como soberano de Inglaterra, en 1762, y su mujer, la reina Charlotte, oriunda de Alemania, fueron los primeros en adornar su palacio con un abeto doméstico, aunque no fue hasta medio siglo después, cuando la sociedad inglesa cayó hechizada por la idea de reproducir, en sus casas, lo que sus ojos habían visto en el palacio de Windsor habitado, entonces, por la soberana Victoria y su esposo, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo, un noble de origen alemán que introdujo el árbol como la última moda en las navidades de la sociedad victoriana, poco después de contraer matrimonio con la Reina, en 1840.
Alberto de Sajonia, nacido en Coburgo, llevó consigo a Inglaterra la memoria de un país en el que ya, en torno al siglo XVII, se empiezan a reunir las familias alrededor de un árbol de Navidad. Cómo olvidar aquellos días en los que algunas familias alemanas, después de buscar alguna excusa para que los niños salieran de casa, aprovechaban la ausencia de éstos para decorar el árbol con frutos y juguetes el mismo día 24 de diciembre.
Cómo olvidar, también, la antigua creencia germánica de que era un árbol gigantesco el que sostenía al mundo y el que soportaba –esto explica la costumbre de poner luces a los árboles–, en sus ramas, el peso de la luna, el sol y las estrellas. Un árbol que era, además, el símbolo de la vida ya que, en invierno, cuando casi toda la naturaleza aparecía muerta, éste no perdía su verde follaje.
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